Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón (Mateo 6: 21)
Quién alguna vez aseveró que “tener un hijo era como tener tu corazón caminando fuera de tu cuerpo”, tenía toda la razón. Hoy por hoy, como padres miramos el mundo con temor, porque a lo bueno se le llama malo y lo malo comienza a visualizarse como bueno.
Es por eso que muchas ideologías intentan colarse por las bases, entrar a las mentes de los más pequeños, no en vano Jesús decía: “que de los niños es el reino de los cielos” (Mateo 19: 14), porque entre todas las cosas que caracterizan a los infantes, se encuentra a más de su ternura esa inocencia, que los hace soñar, creer y confiar en las palabras y actitudes de los demás. Inocencia que permite mirar lo bueno del adulto, convertirlo en héroe protector, pero resulta que, en muchos casos, el protector se puede volver el perpetrador, el acosador o el abusador.
Nuestra preocupación en estos días viene de pensar a quién confiamos nuestro tesoro: ¿Quién cuida de nuestros hijos cuando vamos a trabajar?, ¿Cuáles son los amigos que ingresan a nuestro hogar? ¿Cómo está su mente y su corazón?, ¿Qué es lo que observan en nuestro hogar o a través de la televisión, la tableta o el smart phone?, ¿Cuánto tiempo de calidad compartimos con ellos?
Hace unos años atrás, miraba como una madre embarcaba a su hija en un taxi, para que el chofer la llevara a la escuela, al parecer salía de una consulta médica del lugar donde la madre laboraba y me quedé sorprendida, entristecida e incluso preocupada, al mirar este hecho, porque por aquellos tiempos otra menor de la localidad había sido raptada, secuestrada, violada, asesinada y sus restos abandonados, en el acto de más cruel perversión humana.
Como quisiera un mundo en el que los empleadores buscaran alternativas para que las madres también pudieran cuidar a sus hijos, como: trabajo desde casa; espacios adecuados, dentro de los edificios y oficinas, para que los niños se mantengan cercanos a sus progenitoras; o, flexibilidad horaria para que pueda compartir momentos en familia como el encuentro en torno a la mesa. Todo parece una utopía, en la postmodernidad, pero se vale soñar, soñar en que los adultos tengamos como prioridad la protección, el cuidado y la integridad de los niños y las niñas de todo el mundo, quienes se irán haciendo individuos, personas y seres humanos sanos, felices y plenos de norma, principio y valor.
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