viernes, 1 de enero de 2021

La lista infinita de deudas


Tengo una lista infinita de deudas pendientes que no me alcanzaría la vida para pagarte. Me declaro deudor(a) eterno(a), sin posibilidad de saldar mi compromiso. Una vida en banca rota y aun sabiendo aquello, no doy todo lo que tengo, sigo pidiendo más y más y tú entregando más y más. Tú, nuestro acreedor amoroso: no exiges, no presionas, no demandas, no estableces causas procesales y no embargas, sino que esperas con paciencia que te entregue aquello que para otros es insignificante, mas para ti lo más preciado: mi corazón.
 
Este corazón que anhelas feliz y pleno, por eso me entregaste la vida, la libertad y el libre albedrío, para que sea yo quién tome las decisiones de mi camino.
 
Este corazón que los humanos insistimos en apresarlo, apegándonos a cosas materiales, propósitos vacíos o sentimientos negativos que nos hacen tanto daño.
 
Este corazón por el cual entregaste tu vida en el calvario, cargando una pesada cruz, por el cual “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14)
 
Tú, amado Cristo, conjugaste de manera perfecta las palabras y los hechos, enseñándome desde el amor que ambos van de la mano.
 
Tú, Jesús de Nazaret, sabes que a más de ver y sentir el ser humano necesita también escuchar, el mensaje que viene del cielo, llamado: salvación y vida eterna.

Tú, mesías esperado, me enseñaste que un te amo pierde sentido sin una acción y que una acción necesita un te amo para ser sincera, profunda y fértil.
 
Por todo esto son tus actos y tus palabras por siempre recordados.
 
Quizá, algún día, la humanidad pueda entender, para en verdad humanizarse, que la tarea es seguir tu ejemplo, practicar tus enseñanzas y ser fieles discípulos de quien es “camino, verdad y vida” (Juan 14:6), “amando al Padre Eterno sobre todos las cosas y al prójimo como a sí mismo” (Mateo 22:36-40), con cada palabra y con cada actitud que se entrega como un acto de fe, de esperanza y de caridad.

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