¿Vamos mamá, ya es la hora nazi?, me dijo mi hija y, asombrada, traté de identificar a
lo que se refería. ¡Mamá, ya es hora, huyamos!, enfatizó. Fue
entonces cuando recordé, que el día anterior, a manera de broma, le había dicho
que me sentía como Ana Frank, cuando se escondía de los nazis, al referirme al
momento en que su padre tenía una transmisión online o en vivo y para impedir el
bullicio propio del hogar, teníamos que encerrarnos en la habitación, lejos del estudio, al otro lado de nuestra casa.
"Vamos
Amelia Frank, ¡huyamos del nazi!", exterioricé bromeando un día y con el anhelo de que ella me acompañe, dejando a su papá hacer su trabajo; más, resulta que, desde ese momento, ella reconocería aquel momento como: "la hora nazi", aunque para mí, la adulta,
que conoce la connotación histórica de este término: suena feo y se lo haya explicado, para
ella, es el momento que anhela con alegría e implica que mamá se reúna con
ella sin intromisión alguna y juntas: hagamos
alimentos con plastilina, fabrique juguetes con material reciclado, confeccionemos vestidos para sus muñecas, cantemos, leamos un cuento, inventemos historias... juguemos... es el espacio único, exclusivo y especial de madre e hija.
Ahora,
cada vez que sabe que a mi esposo, le toca hacer consultas, conferencias, asesorías y el largo etcétera de sus actividades cotidianas, le señala: “dile a mamá, que ya es la hora nazi", o
pregunta: ¿Cuándo va a ser la hora nazi?
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