Mireya Patricia Bernal (coautora) - Adrián Felipe Vásquez (coautor/editor)
Si
hoy te llegara la muerte, ¿cómo estaría tu corazón y tu conciencia?, ¿podrías
decir: “me voy en paz”? o, ¿hay varios pendientes por finiquitar?
Si hoy te llegara la muerte, ¿a quién le harías una llamada, regalarías un beso o expresarías un sentido: te amo, te quiero, te extraño...?
Si hoy te llegara la muerte, ¿cuál sería esa persona a la que perdonarías por el daño causado o quizá habrá alguien
ante quién tengas que reconocer errores?
Todos estos actos, muchas veces reprimidos, negados u ocultos, pese a que no todos los entiendan, otros tiendan a cuestionar o muy pocos acepten, en verdad son buenos para tu alma.
Es difícil aceptar que fallamos más
somos humanos, nos equivocamos constantemente, aunque nuestro orgullo nos
enfrasque, justamente, en lo contrario.
“Y no temáis a los que matan el cuerpo, más el
alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma …" (Mateo 10: 28)
¿Qué es lo que está matando nuestra alma? A la
final del camino terreno, el cuerpo al polvo del que fue creado vuelve, pero el alma, ¿a dónde irá?
En algún momento, tendremos que dar cuentas por
nuestros actos, por las veces que engañamos, mentimos, robamos, en definitiva cometimos una falta; sin embargo, me aferro a saber que: “Aún hay esperanza para todo aquél que está
entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto. Porque los
que viven saben que han de morir: más los muertos nada saben, ni tienen más
paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor, su odio y
su envidia, feneció ya: ni tiene ya más parte en el siglo, en todo lo que se
hace debajo del sol" (Eclesiastés 9: 4-6)
Si hoy llegara la muerte, como algo inevitable, de seguro te darás cuenta que los bienes materiales pierden sentido, nada te salvará y lo que has creído como tuyo, en adelante, otro lo disfrutará.
Lo que nos lleva a la conclusión, de que cada segundo de vida es una oportunidad que Dios
nos da para: volvernos a Él, reconocer nuestras faltas y enderezar nuestros
caminos.
Hoy, es tiempo de mirar hacia adentro y estar convencidos que: "…Al corazón contrito y
humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:17)
Oremos: “Señor, aquí te traigo mi corazón, escudríñalo y permíteme
ver las cosas que me son ocultas: todo lo negativo arraigado en él, todo lo que no deba estar ahí, todo aquello que lo corrompe. Dame la oportunidad de reconocer mis faltas
y despojarme de tales, para que si algún momento la muerte me encuentre, pueda estar
ligero, sin cargas, pesos ni lastres y, cuando llegue el final de mis días, partir en paz contigo, con los otros y conmigo mismo, a la ciudad eterna sobre el eterno azul" Así sea.
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