Mireya Patricia Bernal (coautora) - Adrián Felipe Vásquez (coautor/editor)
En nuestra casa no hay gel
desinfectante pero sí un poco de alcohol, cloro, vinagre, jabón y mucha agua. Frente
a la cuarentena COVID-19, tratamos de tomar las medidas necesarias dispuestas,
como no salir, pero sin irnos a los extremos o caer en pánico, dando lugar a
temores sin fundamento.
En nuestra casa, la nevera no
está repleta, las compras siguen siendo para la semana, tratando de usar con
creatividad lo que se tiene a mano, sin desperdiciar, porque no estamos en
tiempos de hacerlo y, sí lo estuviéramos, tampoco es lo correcto.
En nuestra casa, sabemos que
cada mes que termina y otro que inicia hay: cuentas por pagar, gastos por hacer
e inversiones por estimar, en lo último se incluye el ahorro para tiempos difíciles,
como el que estamos atravesando. Y, como muchos, nos preocupa el trabajo, la
estabilidad laboral y los ingresos, pero en Dios confiamos.
Sin embargo, también pensamos
en todas aquellas personas, conocidas y desconocidas, que pueden encontrarse en
situaciones apremiantes, porque nuestras realidades son muy distintas: aquellos
que permanecen hacinados en una vivienda, compuesta por una sola habitación; familias
que viven en condiciones no adecuadas, en lugares donde no tienen acceso a servicios
básicos y el clima no aporta a su encierro; niños cuya única diversión era ir a
la escuela, salir al parque o jugar con sus amigos del vecindario; o, incluso,
quienes deben permanecer encerrados con sus potenciales agresores.
Es verdad, mientras dura la
crisis de salud, ahora también humanitaria, tenemos que permanecer en nuestros
hogares, para preservar nuestra vida, hay que esperar, pero para los que viven
del diario: la espera se vuelve agonía; y, a ello hay que sumar, a la realidad
de todos, los ineludibles egresos, entre estos: préstamos, alquileres y
necesidades básicas. Vivir impagos, con sueldo disminuido o sin ingreso fijo,
de seguro, complica el panorama y agudiza la prexistente crisis socioeconómica,
sobretodo de los que menos tienen, sumada a la inoperancia, ignominia y falta
de liderazgo de algunos gobiernos de turno.
Por tanto, creemos que son
tiempos de reflexionar e incluir en nuestras oraciones a todos aquellos que
sufren en silencio, en abandono o en soledad y mirar, si a parte de elevar
nuestras plegarias, podemos hacer algo más, porque es fácil juzgar, lo hemos hecho muchas veces, cuando no
calzamos los zapatos del otro, pero “cuando
la boca calla y el corazón habla”, damos lugar a la empatía, esto me hace recordar
un pasaje de la Biblia, narrado en el libro Hechos de los Apóstoles: un hombre
cojo, pedía limosna a la puerta del templo, el cual cuando vio a Pedro y Juan
que iban a entrar, les pidió misericordia, más Pedro le dijo: “…No tengo plata
ni oro, pero lo que tengo te lo doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret,
levántate y anda” (Hechos 3: 6)
De seguro, en tiempos de
necesidad, habrá algo que podamos dar, que no se quede en nosotros el buscar
hacer el bien y podamos decir como Pedro: “lo que tengo, te lo doy”.
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