Mireya Patricia Bernal (coautora) y Adrián Felipe Vásquez (coautor/editor)
Crónicas de la cuarentena COVID-19 se escucharán, una vez que podamos salir de casa o quizá antes. Cada uno tiene una historia que contar, de acuerdo a sus personales circunstancia, influyen factores como: credo, localidad, estado civil, cohabitación, medios de subsistencia, tipo de trabajo, entre otros que tienen que ver o afectan la realidad previa y como afrontamos la crisis sanitaria mundial. Más, independientemente
de todas las posibles variables: debemos ser conscientes e intentar no perder el
equilibrio, en medio del caos de la información y la desinformación, frente a la pandemia.
Unos
hablarán sobre los días que se hicieron largos o cortos, otros sobre los deseos
de salir corriendo porque había momentos en que no toleraban el encierro y unos cuantos quizá sobre la despensa repleta que empezaba a vaciarse, porque el hambre
aumentaba, como respuesta a la ansiedad. No hay que olvidar a quienes intentaban racionar los gastos, porque el dinero no alcanzaba para tener las reservas suficientes, orientadas a cubrir los gastos, pagar las deudas y hacer inversiones, priorizando las necesidades básicas. De seguro, te
acordarás de los rollos de papel higiénico que cubrían las paredes, del
alcohol, gel de baño, el agua y el jabón y otras medidas de asepsia. Y, lo que fue clave: permanecer en casa, como medida de seguridad, protección y cuidado mutuo.
Después de ésta experiencia, en calidad de sobreviviente, de seguro apreciarás el valor de la vida, en su plenitud, para muestra basta un botón:
Apreciarás
el valor de la labor docente, porque descubrirás que como maestro de tus hijos, puedes
comerte la camisa y pierdes con facilidad la paciencia; o, tal vez, descubrirás
que tenías talento para enseñarle a alguien más y lo que te faltaba era tiempo, dedicación y constancia.
Muchos, sin lugar a dudas, odiarán el teletrabajo porque resultaba complicado mezclarlo con las tareas del hogar; o
quizás, amarás ésta modalidad, porque por fin podrás compartir una vez más, con quienes en tu
casa están, sea el niño o el anciano, que requiere de tus amorosos cuidados.
Habrás: dormido, despertado o permanecido en vela; ejercitado o no, la mente y el cuerpo; leyendo o dejándolo de hacerlo; revisado las redes sociales o adquiriendo tedio de ellas; reído, sorprendido o cuestionado del poder creativo de la gente, a pesar de la adversidad; compartido mensajes agradables y otros no tanto, siendo parte de la viralización de cosas que edifican o son poco constructivas; o, reaccionando a muros, estados, perfiles, publicaciones, streaming, etc.
Así la vida transcurrirá, en
el necesario encierro, también con los lados claros del panorama, resalta: una naturaleza que se auto-sana, auto-restaura y auto-redifica.
Será extraño hablar de animales de zoo que salen de su
jaula o de animales del bosque, la selva o la sabana, que corren libres sin que existan cercos, barreras o fronteras.
Te darás cuenta, la vida cobra un sentido nuevo: la salud integral se vuelve prioridad, al reconocer que los bienes materiales, aunque necesarios, no son indispensables.
Te encontrarás con tus miedos, tus monstruos o tus fantasmas del pasado, adquiriendo o buscando sumar recursos de afrontamiento, para dejarlos atrás.
Te acercarás a tu idea de lo sagrado, lo divino o lo supremo y quizás habrás elevado una oración, cantado una canción o vivido cualquier otra manifestación de fe.
Sostendrás esperanza en que el cambio de la humanidad sea profundo, para bien y sostenido en el tiempo, al adentrarnos en aquello que es fundamental.
Que
las crónicas de nuestro encierro revelen, en un futuro cercano, mejor y constante: la humanización del hombre, al darnos cuenta que nos acercamos más a lo que en verdad tiene valor sobre todo valor: Dios, los
nuestros, los otros, la naturaleza y nuestro ser interior.
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