martes, 24 de marzo de 2020

La abeja


Mireya Patricia Bernal (coautora) - Adrián Felipe Vásquez (coautor/editor)

Despertó temprano, para cumplir su tarea: volar de flor en flor, recolectar el delicioso néctar y esparcir el valioso polen; y, tenía que coronar su objetivo: volver a la colmena, ya que es indispensable fabricar la nutritiva miel.

En el panal, cada abeja tiene su función, conocen bien su misión y tienen clara la meta, como miembros de una misma comunidad; ahí, no hay individualidad, ni egoísmos y menos narcisismos, todos son parte del enjambre.

A la abeja, cuando hace frío, le toca esperar se calienten sus alas, bajo los tibios rayos del sol; más tarde, entre vuelo y vuelo, puede contemplar a otros seres que también se alimentan de los dones de la naturaleza, los que se esconden entre la vegetación y aquí encuentran lo que necesitan para sobrevivir, entre ellos: rápidos colibríes revoloteando en el aire, mariquitas buscando plagas entre las hojas, libélulas tratando de pescar en algún charco, aves cantando al cielo mientras surcan el firmamento o, arañas tejiendo para que caigan distraídos animales entre sus redes.

Por tanto, nuestro pequeño insecto, debe ser cuidadoso, cauteloso y, al extremo, precavido, si no quiere convertirse en alimento; más, a pesar de todo, no puede ni quiere abandonar su noble labor; pues, sabe que siendo tan minúscula, su importancia es infinita como el universo; la verdad, con sus diminutas patitas, ella transporta vida, al dar lugar a la reproducción de muchas especies vegetales, que a la vez sostienen a las especies animales.

En tan loable causa, hay otros silentes e incansables protagonistas: avispas, polillas, mariposas, escarabajos, colibríes, murciélagos y la lista es vasta. Quién creería que, este pequeño grupo de seres vivos, es tan valioso para la existencia de todos y que su desaparición implicaría graves secuelas en el medio ambiente, ya que son elemento clave de la más importante secuencia biótica: "polinizadores-polinización-vida". 

Lamentablemente, están desapareciendo, los bloques de cemento invaden la Tierra, y a ello se suman: la contaminación, el calentamiento global y el consumismo, todo de mano del hombre, que con sus acciones: visten de gris el azul planeta. El exterminio de especies crece exponencialmente, un verdadero holocausto, sin control. 

Volviendo con la protagonista de nuestra historia, vale la pena señalar, que muchas de ellas no tienen suerte en la lucha por la supervivencia, pueden: ser atrapadas en su vuelo, perderse en el camino o morir en el intento.

Hoy por hoy, para conseguir su sustento, la ardua trabajadora, recorre un largo trayecto, se desorienta por el cansancio o se ve obligada a parar por un momento, siendo necesario contar con un poco de agua y de azúcar, con lo que descansa y recarga energía, para el camino de vuelta al distante hogar. 

Lo que nos lleva a sugerir: los seres humanos deberíamos ser más como una abeja, aprender que hay grandes lecciones de vida, que vienen de lo pequeño; existen innumerables formas de hacer obras buenas, tan solo tendríamos que pensar de qué disponemos y cómo podemos usarlo, a tiempo, al ponerlo a servicio de los demás; lo cual, muchas veces no requiere de dinero sino de buena voluntad, solidaridad, responsabilidad, por citar el germen fecundo de los valores humanos. 

Al igual que las abejas, esparcimos polen cuando oramos por el prójimo, nos preocupamos legítimamente por el otro y ayudamos a quien lo necesita, sin esperar nada a cambio; y, repartimos miel con una sonrisa, con un abrazo, con una palabra amable o con cualquier otro gesto auténtico de generoso afecto.

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